Barrio de Adachi, Tokio.
7 de la tarde.
Las personas se movían a su alrededor formando una corriente humana; hacia el norte de la ciudad, hacia el sur, hacia el centro… Por toda la ciudad. Nadie reparó en la presencia del muchacho, en parte porque la mayoría se concentraba exclusivamente en seguir su propio camino, pero sobretodo porque en Tokio no reparar en los demás se había convertido en una forma de vida.
Monkey levantó el hombro derecho para ajustarse mejor el asa de la bolsa de cuero y luego miró hacia atrás; no había nada extraño a pesar del presentimiento así pues se concentró en la ruta a seguir.Después de volver a colocarse las asas sobre los hombros, caminó deprisa hacia la librería del viejo Mao confiando en que no fuera demasiado tarde. Cruzó dos calles y por fin divisó la esquina tras la cual encontraría el local. No era un sitio muy grande, sin embargo era uno de esos lugares conocidos secretamente entre la élite de los coleccionistas y otra gente importante con los bolsillos llenos de dinero.
Cuando cruzó por fin la esquina y tuvo a la vista la fachada de la pequeña librería, se detuvo tan repentinamente que un tipo embutido en su traje de negocios chocó contra él y soltó un taco, pero Monkey apenas lo oyó, el presentimiento de que algo malo estaba ocurriendo volvió a asaltarle esta vez con mayor intensidad.El cartel de la puerta decía: CERRADO, Sentimos las molestias. El chico echó un vistazo al reloj de su muñeca, aún faltaba hora y media para el cierre, y que él supiera, Mao no era de los que se fuese a casa antes de tiempo sino más bien al contrario.
Así que está ahí dentro, reunido con un cliente especial, pensó mientras ahuecaba las manos a ambos lados de la cara y escudriñaba el interior del escaparate. El sitio parecía vacío, la caja registradora estaba desatendida pero sobre ella había un cartel naranja que rezaba SIN RECAUDACIÓN.¿Y si realmente ha tenido que marcharse? Ha podido ser una emergencia familiar…
Monkey desechó la idea y volvió a mirar el mostrador esta vez con mayor atención y, ahora sí, vio los papeles desparramados por el suelo y la taza de té volcada. Sintió el primer impulso de rabia en lo más profundo de su pecho. Mao y su “cliente especial” debían estar en la trastienda, Monkey agarró el tirador de la puerta sabiendo que estaría cerrada y así era, no obstante la presión sobre el pomo no cedió sino que aumentó, el muchacho apretó los dientes, tiró de la puerta hacia él y la empujó repentinamente hacia dentro, el cierre cedió con un sonido seco, prácticamente inaudible.
Entró como si tuviera todo el derecho del mundo a estar allí, pero antes de seguir, se detuvo un momento y escuchó. Segundos después llegó a sus oídos un quejido procedente de la trastienda. Otro impulso de rabia le hizo apretar los puños. Sigilosamente se dirigió hacia el lugar sorteando varias estanterías repletas de libros, algunos de ellos estaban tirados por el suelo, así que tuvo que tener cuidado de no pisarlos. La puerta del fondo estaba entreabierta, el chico se echó la mano derecha a la espalda y de la bolsa extrajo la espada y la empuñó con ambas manos. Ya cerca de la puerta atisbó al interior cuidándose mucho de no ser visto.
Mao estaba sentado en una silla, no estaba amordazado ni atado, pero si estaba asustado, le sangraba el labio inferior y sus gafas estaban en el suelo, uno de los cristales se había hecho añicos al chocar contra las baldosas. Había dos hombres más con él, situados frente a la silla, justo de espaldas a la puerta. Mao podría haber visto al chico, pero estaba demasiado concentrado en sus visitantes, al ver su rostro temeroso, Monkey tuvo que reprimir otra de aquellas oleadas de pura rabia que amenazaba con desbordarse.
- Por favor, yo no sé nada, es sólo una leyenda antigua…- Dijo el dueño de la librería con voz humilde y temblorosa- No es importante.
- Por supuesto que lo es- Le corrigió uno de los desconocidos vestido con una túnica larga que lucía bordada la figura de un dragón negro con escamas rojas sobre el pecho. En su mano derecha sostenía el pergamino que alargaba hacia Mao mientras que éste negaba con gestos nerviosos- No es coincidencia que este pergamino esté en tu poder, viejo- Prosiguió el extraño- Empieza a hablar o yo me encargaré de que lo hagas, ¿Qué sabes de la profecía? ¿Cuándo y dónde nacerán los niños?
Monkey empujó un poco más la puerta, lo justo para poder colarse dentro ágilmente, dio un paso y luego otro, acercándose lentamente y rezando para que los ojos del librero no le delatasen antes de tiempo.El desconocido de la túnica sacudió una vez más el pergamino delante de la cara de Mao exigiéndole una respuesta, Monkey vio que su mano izquierda desaparecía bajo la pomposa túnica y un segundo después la tenue luz que iluminaba el cuarto arrancaba un destello al objeto que sostenía entre los dedos; un puñal plateado con forma de dragón, el filo ondulado era la lengua del animal que terminaba en punta.El dueño de la librería dejó escapar un gemido y trató de alejarse inútilmente mientras el desconocido le acercaba el puñal al rostro.- ¿Cómo conseguiste el pergamino y qué sabes de los niños? Responde ahora o juro que morirás de la forma más horrible que puedas imaginar.
Monkey estaba ya lo suficientemente cerca como para tocar al segundo de los dos hombres y aún así ninguno parecía darse cuenta de nada. Al chico incluso le hizo gracia la situación, era como un mal chiste, pero finalmente el tipo que estaba más cerca percibió un movimiento con el rabillo del ojo y giró la cabeza.Lo que vio fue a un muchacho japonés de unos 18 años, cabello fino y negro y un rostro bonito que hubiera parecido totalmente inofensivo si no hubiera sido por la catana que sostenía con ambas manos.
-¿Pero qué…? – Antes de que pudiera decir más, Monkey descargó el arma contra su enemigo. Todo pareció ralentizarse, el desconocido de la túnica se volvió hacia ellos, olvidándose de Mao, mientras la hoja de la espada abría limpiamente un tajo profundo en la garganta del otro hombre y su sangre brotaba roja y brillante salpicándolo todo, incluso al propio muchacho que notó las gotas estrellarse contra su rostro y su cuello. El cuerpo del tipo comenzó a caer a sus pies como un saco, Monkey clavó los ojos en el que quedaba y percibió el rápido movimiento de sus manos, una ocultó el pergamino bajo la espesa tela de sus ropajes al tiempo que la otra se defendía con el puñal de un posible ataque de la catana.
La lentitud que parecía envolver la escena se convirtió de pronto en rápidos e inusitados movimientos. El muchacho tuvo tiempo de ver que una esfera azul brillante había aparecido en las manos de su oponente, la daga ya no estaba, pero había otra cosa que captó de inmediato su atención: una especie de grieta azul y negra apareció a tan solo un metro de donde se encontraban convirtiéndose en una especie de puerta que engulló al extraño ante sus propios ojos, luego, con la misma rapidez, se cerró y todo quedó en calma.
Durante unos segundos la habitación permaneció en completo silencio. Mao no parecía en absoluto aliviado por lo que acababa de presenciar, tenía el labio hinchado pero no podía sentir el dolor, aún. Monkey limpió la hoja de su espada en la ropa del hombre que yacía a sus pies y la guardó de nuevo en la funda a su espalda como si aquello no hubiera tenido ninguna importancia. Después se dirigió hacia el anciano, recogió las gafas del suelo y se las ofreció.
- ¿Qué ha ocurrido Mao? ¿Quién era ese hombre?
-El consejero de alguien que no debió nacer nunca, hijo de una humana bañada en sangre de dragón negro con escamas rojas…Un…No, el Inmortal. Hace siglos que su raza fue extinguida en una guerra entre humanos e inmortales pero ahora… Ha nacido, y sus consejeros quieren asegurarse de que reinará sobre los mundos sumiéndolos en una eterna oscuridad.
-¿Y qué es eso que se ha llevado? ¿Ese…pergamino?
-¡La profecía!- El anciano le clavó los ojos, su rostro era una máscara de ansiedad y miedo- Los elegidos para derrotar al Inmortal son los Hijos del Dragón. Pero nada más se sabe sobre ellos, ni cuándo ni dónde nacerán, lo que nos da cierta esperanza…
- Pero si todo eso es verdad, ¿Qué podemos hacer nosotros?- El anciano se tomó unos segundos para responder, parecía estar recuperando la compostura y la serenidad que habitualmente le caracterizaban, se levantó de la silla, se alisó la ropa, y miró hacia el suelo.
-Lo primero deshacernos de esto- dijo haciendo un gesto de desprecio con la mandíbula hacia el cadáver- Después contactar con el resto de emisarios aquí en la Tierra- Al decir esto se volvió hacia el muchacho, su joven rostro no daba señales de tomarse a broma las palabras del viejo librero- Tú me ayudarás a dar con ellos, todos deben estar prevenidos del nacimiento del inmortal y del robo del pergamino con la profecía.- Mao hizo una pausa antes de continuar, y cuando lo hizo, sus ojos parecían brillar más que antes, con la mano se mesaba la barba larga y gris.- Hay que prepararse para lo que está por venir.
jueves, 6 de marzo de 2008
LA HABITACIÓN
Hacía una semana que la niebla había sumido el pueblo en una atmósfera blanca, densa y opresiva. Empezó un martes y, desde entonces, Lisa había matado tantas cucarachas dentro de aquella habitación que casi se había convencido a sí misma de que estaba perdiendo completamente el juicio: ¿De dónde salían aquellos insectos?El cielo y el agua del lago eran ya del mismo color gris ceniza, y la tierra se había vuelto negra. Casi no había luz durante el día, nunca se veía el sol, y por las noches, la oscuridad se lo comía todo con un ansia voraz...Sobre el pueblo un firmamento nocturno encapotado donde no había luna ni estrellas.Fue durante las horas oscuras cuando Lisa oyó un ruido fuera, se acercó a una de las ventanas de la habitación y trató de ver, escudriñar a través de la negrura.Algo se movía y se quejaba en la calle... De pronto, captó un movimiento con el rabillo del ojo y sobresaltada se volvió hacia allí; dos cucarachas enormes correteaban por la pared, sobre la cabeza de la niña.Una súbita sensación de que algo no andaba bien la envolvió. Se apartó de la ventana y examinó la habitación con la mirada.La oscuridad susurró al vacío, pero era un pensamiento estúpido, porque aquella habitación estaba perfectamente iluminada, sin embargo, ella volvió a sentir que allí dentro estaba oscuro, muy oscuro, como si lo que ella veía: una habitación de hospital, sólo fuese el decorado de una macabra obra de teatro... Lisa gimió y la niña se movió inquieta en la cama sin llegar a despertarse - nunca se había despertado desde que la ingresaron tras el incendio- las heridas que tenía en la cara volvían a sangrar y a supurar pus... Asustada por aquella pesadilla, Lisa trató de calmarse, la piel de la niña despedía el calor de ascuas encendidas. Necesitaba compresas frías, eso la calmaría. Salió al pasillo, se encargaría de las malditas cucarachas más tarde, pero cuando alzó la vista al corredor desierto y silencioso que se alargaba ante ella la vio, vestida con harapos, encogida sobre sí misma, apenas si le quedaba algún cabello en el cráneo, sólo hilos descoloridos y muy pocos dientes en la boca. Aquella criatura la miró con los ojos blancos y de su boca salieron sonidos pronunciados en algún tipo de dialecto incomprensible.Todo se volvió borroso alrededor de la figura y Lisa experimentó una intensa sensación de estar cayendo, la reconoció y la temió, intentó resistirse pero todo fue inútil; poco después se desvanecía sin conocimiento sobre el frío suelo del hospital.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)